Ordenación del Reverendo Diácono Jeremías
Rojas.
En el marco del “Sínodo 2012 de la Comunión de
Iglesias de tradición Católica – no romana”, y dentro de la jurisdicción de la
Provincia Episcopal Antigua: el día 22 de mayo fue ordenado Diácono para la Iglesia UNA de Cristo,
el Acólito Jeremías Rojas perteneciente a la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa
Reformada de Rosario – Argentina.
Rodeado por el afecto de sus padres, de la
pequeña comunidad que lo eligió, y la gran comunidad que abrió los brazos para
confiar y apoyar a esta nueva vocación que como savia viva viene a regenerar al
“Cuerpo Místico de Cristo”.
Dios Padre elije a sus futuros servidores antes del
vientre de su madre.
“Antes de formarte en el vientre materno, yo te
conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había
constituido profeta para las naciones”.
Yo respondí: “¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy
demasiado joven”.
El Señor me dijo: “No digas: “Soy demasiado joven”, porque
tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene.
No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para
librarte – oráculo del Señor – .
El Señor extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: “Yo pongo
mis palabras en tu boca. Yo te establezco en este día sobre las naciones y
sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para
edificar y plantar”.
(Jeremías 1, 4 – 10)Cristo ejemplo vivo de Sacerdote guiará con su luz el camino de los elegidos y con su obra como ejemplo invitará continuamente a cada audaz de este triste milenio a emular sus pasos.
Un “clérigo independiente” de las estructuras
de poder que corrompen mente y corazón, se aproxima más al modelo de servidor
que planteo Jesús: un hombre del pueblo y con el pueblo, un hombre que elige la
causa de los pobres para vivir como lema, lejos de la figura burguesa de los
actuales ñoquis mantenidos por los políticos de turno, un hombre que con un
humilde oficio, al igual que el ayudante de carpintero, renuncia a los goces
del Mundo para dar su vida por los demás.
Un Clérigo dependiente de Cristo se aleja
automáticamente de las Iglesias que se creen dueñas del Señor. Cristo no tiene dueño.
Nuestras pequeñas Iglesias envejecidas como
instituciones terrenales, necesitan nuevos líderes naturales para renovar el
Espíritu de Dios que explotará entre nuevos códigos juveniles.
Es un gran momento para las Iglesias unidas en
un solo cuerpo, ya que sentimos la próxima rehabilitación de parte de ese cuerpo entumecido, que se estaba
degradando con los años, la presencia de vocaciones jóvenes, a las cuales debemos cuidar, trae buenos vientos y renueva energías.
A l respecto dice la tradición de la Iglesia Católica y Antigua, fundamentada en la Biblia:
que todo el que ejerce el sacerdocio no lo ejerce sólo para sí, sino también para los demás: Porque todo Pontífice tomado de entre los hombres está constituido para bien de los hombres en las cosas que miran a Dios (Heb. 5, 19).
El mismo pensamiento expresó Jesucristo cuando, para mostrar la finalidad de la acción de los sacerdotes, los comparó con la sal y con la luz. El sacerdote es, por lo tanto, luz del mundo y sal de la tierra. Nadie ignora que esto se realiza, sobre todo, cuando se comunica la verdad cristiana; pero ¿puede ignorarse ya que este ministerio casi nada vale, si el sacerdote no apoya con su ejemplo lo que enseña con su palabra? Quienes le escuchan podrían decir entonces, con injuria, es verdad, pero no sin razón: Hacen profesión de conocer a Dios, pero le niegan con sus obras (Tit. 1, 16); y así rechazarían la doctrina del sacerdote y no gozarían de su luz. Por eso el mismo Jesucristo, constituido como modelo de los sacerdotes, enseñó primero con el ejemplo y después con las palabras: Empezó Jesús a enseñar y hacer.
Además, si el sacerdote descuida su santificación, de ningún modo podrá ser la sal de la tierra, porque lo corrompido y contaminado en manera alguna puede servir para dar la salud, y allí, donde falta la santidad, inevitable es que entre la corrupción. Por ello Jesucristo, al continuar aquella comparación, a tales sacerdotes les llama sal insípida que para nada sirve ya sino para ser tirada, y por ello ser pisada por los hombres (Mat. 5, 13).
Verdades éstas, que con mayor claridad aparecen, si se considera que nosotros, los sacerdotes, no ejercemos la función sacerdotal en nombre propio, sino en el de Cristo Jesús. Así, dice el Apóstol, nos considere todo hombre como ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios (1 Cor. 14, 1) ; somos embajadores de Cristo (2 Cor. 5, 20). Por esta razón, Jesucristo mismo nos miró como amigos y no como siervos. Ya no os llamaré siervos..., os he llamado amigos: porque todo lo que he oído de mi Padre os lo he hecho conocer a vosotros... Os he escogido y destinado para que vayáis al mundo y hagáis fruto (Jn. 15, 15, 16).
Tenemos, pues, que representar a la persona de Cristo; pero la embajada, por El mismo dada, ha de cumplirse de tal modo que alcancemos lo que él se propuso. Y como querer o no querer la misma cosa es la sólida amistad, estamos obligados, como amigos, a sentir en nosotros lo que vemos en Jesucristo, que es santo, inocente, inmaculado (heb. 7, 26): como embajadores suyos, hemos de ganar -para sus doctrinas y leyes- la confianza de los hombres, comenzando antes por observarlas nosotros mismos; como participantes de su poder, tenemos que liberar las almas de los demás de los lazos del pecado, pero hemos de procurar con todo cuidado no enredarnos nosotros mismos en ellos. Pero sobre todo, como ministros suyos, al ofrecer el sacrificio por excelencia, que cada día se renueva -en virtud de una fuerza perenne- por la salud del mundo, nos hemos de poner en aquella misma disposición de alma con que El se ofreció a Dios cual hostia inmaculada en el ara de la Cruz.
Para lograr esta santidad en la formación del Sacerdote, Dios iluminó la creación de los Seminarios o Institutos de formación clerical: en ellos, los jóvenes que se educan para el sacerdocio han de ser imbuídos en ciencias y letras, han de ser al mismo tiempo, pero de un modo especial, formados desde sus más tiernos años en todo cuanto a la piedad concierne. Pero en nuestras Iglesias independientes más cercanas al Cristianismo de los primeros siglos, de la misma manera que Cristo envío a sus discípulos de dos en dos, nosotros enviamos a nuestros Diáconos al Seminario del mundo para que sean fermento entre la masa y también para que se nutran de la sabiduría del pueblo y de la santidad de los fieles: porque Dios sopla donde quiere y todos hacemos la Iglesia.
Querido hermano en Cristo, es un gran honor y
una gran responsabilidad que el Espíritu Santo haya elegido a este instrumento
humano e imperfecto como puente para tu
primer grado del sacerdocio, aquí no termina nada, aquí empieza todo…Gracias por
invitarme a ser parte de tu sacerdocio, energía viva y externa que inyectará con nuevos vientos a mi
pastoral episcopal. Te esperamos en la Comunidad de Catamarca como Misionero
temporal.
Qué el Señor te bendiga en tu Ministerio para Gloria de su reinado y que pronto te tengamos misionando en Catamarca junto a los pobres y completando tus estudios para lograr el Presbiterado.
"Oh Señor Jesucristo, por nosotros te hiciste pobre para enriquecernos con tu pobreza: Guía y santifica, te suplicamos, a aquéllos que has llamado a seguirte bajo los votos de pobreza y obediencia; a fin de que por su oración y servicio enriquezcan tu Iglesia y, por su vida y adoración, glorifiquen tu Nombre; tú que reinas con el Padre y el Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y por siempre. Amén."
Mons.++ Juan Carlos, Arzobispo por Gracia de nuestro Señor.