viernes, 10 de abril de 2020

Mensaje por la Pascua 2020.




Por: Arzobispo Juan Carlos Urquhart de Barros

Iglesia Episcopal Antigua en el Cono Sur. 


En la historia tenemos noticias de dos celebraciones de la Pascua especialmente solemnes. La primera está en conexión con la reforma religiosa de Josías; se dice que se vuelve a celebrar como en su origen, aludiendo quizá con ello a la solemnidad y no a una repristinación del ritual (2 Re 22, 21-23). La segunda es la gran fiesta del retorno, celebrada bajo Esdras (Esd 6, 19-22).

Sin duda hay a lo largo de la historia evolución y notables transformaciones. Hasta hay evolución en la valoración de su importancia y en la valoración relativa de una fiesta frente a la otra; la Pascua predominó sobre los Ázimos (fiesta agrícola en la que se comían panes sin levadura) como la gran fiesta de la liberación. El ritual que leemos en el Éxodo recoge mucha praxis de la fiesta a lo largo de la historia, se densifican en él muchas etapas. La Pascua no es sólo memoria, celebración de un pasado que se apropia y se revive sacramentalmente; aunque objetivado es un modelo, ese pasado tiene una realidad viva y nueva en el momento de la celebración; pero, además, es promesa y esperanza, celebración adelantada de la salvación total.(1)

La Pascua Cristiana asume el mismo sentido, pero con contenido nuevo: es el paso del Señor de la muerte a la vida, principio  de la victoria  de todos sobre el mal y sobre la muerte.     

Este año 2020 con la Cuaresma comenzamos la preparación para la semana Santa, y la puerta se nos abrió el domingo de ramos con la entrada triunfal a nuestro corazón donde inhabita Cristo. El Jueves Santo oramos y le dijimos al Señor gracias por la fraternidad y la Eucaristía, los clérigos renovaron su Si; el viernes meditamos al pie de la cruz y nos nutrimos del mismo amor que Cristo brindó a sus ovejas cuando enfrentó la cruz y decidió morir para liberarlas; y finalmente el sábado la Vigilia Pascual para vivir el domingo la resurrección junto a Cristo y vencer a la muerte.

San Pablo nos dice: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe” (I Corintios 15,14)

Si Jesús no hubiera resucitado, sus palabras hubieran quedado en el aire, sus promesas hubieran quedado sin cumplirse y dudaríamos que fuera realmente Dios.

Jesús resucitó y venció a la muerte y al pecado; demostró ser Dios, y ganó para nosotros la vida eterna, resucitaremos también, por eso nuestra vida adquiere sentido.

La Resurrección es una luz para los hombres y cada cristiano debe irradiar esa misma luz a todos los hombres haciéndolos partícipes de la alegría de la Resurrección por medio de sus palabras, su testimonio y su trabajo apostólico.(2)

Los que festejamos a Cristo resucitado, el Jesús Dios que camina entre nosotros, consideramos a toda la Semana Santa como época de Fiesta, de felicidad, por más que tratemos de revivir la pasión dolorosa de nuestro redentor con cierto luto y tristeza. El Cristo vivo que late en nuestro interior, no permite más cruz y resignación para nosotros, y con mayor razón para un servidor comprometido, como los clérigos (que renovaron su compromiso con Cristo el Jueves Santo) los más comprometidos en irradiar la luz para que cada fiel; agnóstico; ateo; indiferente o hermano creyente de cualquier religión; conozca que Cristo Vive y camina entre nosotros.

El hombre religioso que observa escrupulosamente todos los mandamientos y las prescripciones de la ley, que intenta suplir las inevitables faltas con obras suplementarias no prescritas (oraciones, ayunos voluntarios, limosnas) que se esfuerza por ser perfecto en cada cosa, este hombre da a Dios obras…, no a sí mismo.

Pero a Dios no le bastan las obras del hombre, sus actividades, ni siquiera la observancia fiel en cada momento de todos los mandamientos o una vida entera gastada al servicio de Dios, si esta fidelidad o actividad se queda en lo extremo, si no cambia lo íntimo del hombre. Este puede emplear toda su existencia en hacer lo que Dios prescribe y seguir siendo en su interior un perfecto pagano (cf Mt 23, 25-28).

Lo que Dios quiere es al propio hombre en su interioridad y por entero. Quiere ser realmente el único todo para cada uno, elegido de forma exclusiva y total; El no admite rival: “Ningún criado puede estar al servicio de dos amos; porque aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y al dinero” (Lc 16,13). Quiere penetrar en el “corazón” del hombre y transformarlo. En efecto, lo esencial en el hombre es el “corazón”, entendido no como sede de los sentimientos, sino como el centro íntimo en el que la persona se presenta a sí misma y donde nacen las grandes elecciones y decisiones responsables.(3)

Es necesario escoger con todo nuestro ser al único tesoro que es el Dios cercano en su Reino: “Donde tengas tu riqueza tendrás el corazón” (Mt. 6, 21).

Por eso los invito queridos hermanos, en este momento histórico para la humanidad, en el cual estamos unidos para combatir esta pandemia que nos asola, a resucitar cada día con Cristo, fijarnos la meta de la santidad diaria, luchando contra la tentación que nos acecha y sobre todo combatiendo con la oración y la acción al Pecado Social, que destruye a nuestros semejantes….Que el Cristo resucitado en nuestro corazón explote hacia afuera: entre los más humildes y necesitados, para que lo disfruten caminando entre todos.

Que la semana Santa que pasamos, pase por nuestro corazón y nos encuentre cada día mejor persona.

Feliz Resurrección con Cristo nuestro Señor.

Arzobispo Juan Carlos
Iglesia Episcopal Antigua en el Cono Sur de América.

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Bibliografía consultada:


1-      Comentarios a la Biblia Litúrgica, Antiguo Testamento, Éxodo pag.170. Marova, Ed. Paulinas. Madrid 1976.-
2-      Fernandez, Teresa. Domingo de Resurrección. Catholic Net.
3-      Autores Varios, El Dios de Jesucristo; Cap III El Nuevo Testamento: El Dios revelado por Jesucristo: Los Sinópticos. Rossé, Gérard. 3- Las exigencias del amor, pags 93 y 94. Ed. Ciudad Nueva. Madrid 1984.-
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martes, 23 de octubre de 2018

Ordenación Diaconal del Ministro Solís Vidarte.


El Ministro Laico Solís Vidarte, fue ordenado Diácono en la ciudad de Montevideo - Uruguay, el día domingo 21 de octubre de 2018 por manos del Arzobispo Juan Carlos Urquhart de Barros, en el transcurso de la Santa Misa. 
Mediante Decreto del Arzobispo y avalado por el Consejo Sinodal de la "Iglesia Católica Episcopal Antigua" fue nombrado como canciller para la "Diócesis de Río Grande del Sur Brasil" 

Coro evangélico que amenizó la celebración.

El Ministro postulante Solís Vidarte acompañado por la Comunidad

Palabras de Bienvenida del Arzobispo Juan Carlos

Lectura del Decreto de Ordenación por parte de la Secretaria de la Iglesia




Presentación del Candidato a Cargo de la Reverenda Diácona María Cristina Ruibal Pino.




Primera Lectura del día.

Salmo cantado.





Segunda Lectura del día.

Lectura del Santo Evangelio.

Homilía:

El ejemplo de san Pablo, que vivía como apóstol totalmente consagrado, pues había sido "alcanzado por Cristo Jesús" y lo había abandonado todo para vivir en unión con él (cf. Flp 3, 7.12). Se sentía tan colmado de la vida de Cristo que podía decir con toda franqueza: "No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20). Y, con todo, después de haber aludido a los favores extraordinarios que había recibido como "hombre en Cristo" (2 Co 12, 2), añadía que sufría un aguijón en su carne, una prueba de la que no había sido librado. A pesar de pedírselo tres veces, el Señor le respondió: "Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza" (2 Co 12, 9). A la luz de este ejemplo, el presbítero puede entender mejor que debe esforzarse por vivir plenamente su propia consagración, permaneciendo unido a Cristo y dejándose imbuir por su Espíritu, a pesar de la experiencia de sus limitaciones humanas. Estas limitaciones no le impedirán cumplir su ministerio, porque goza de una gracia que le basta. En esa gracia, por tanto, el presbítero debe poner su confianza, y a ella debe recurrir, consciente de que así puede tender a la perfección con la esperanza de progresar cada vez más en la santidad.



Ordenación Diaconal de Solís Vidarte



Según la fe de la Iglesia, con la ordenación diaconal no sólo se confiere una nueva misión en la Iglesia, un ministerio, sino también una nueva consagración de la persona, vinculada al carácter que imprime el sacramento del orden, como signo espiritual e indeleble de una pertenencia especial a Cristo en el ser y, consiguientemente, en el actuar. En el diácono la exigencia de la perfección deriva, pues, de su participación en el sacerdocio de Cristo como autor de la Redención: el ministro no puede menos de reproducir en sí mismo los sentimientos, las tendencias e intenciones íntimas, así como el espíritu de oblación al Padre y de servicio a los hermanos que caracterizan al Agente principal.

Vestiduras por parte de la familia.

Entrega de la Biblia:

Toda la tradición cristiana, nacida de la sagrada Escritura, habla del sacerdote como hombre de Dios, hombre consagrado a Dios. Homo Dei: es una definición que vale para todo cristiano, pero que san Pablo dirige en particular al obispo Timoteo, su discípulo, recomendándole el uso de la sagrada Escritura (cf. 2 Tm 3, 16). Dicha definición se puede aplicar tanto al diácono, presbítero, como al obispo, en virtud de su especial consagración a Dios. A decir verdad, ya en el bautismo todos recibimos una primera y fundamental consagración, que incluye la liberación del mal y el ingreso en un estado de especial pertenencia ontológica y psicológica a Dios (cf. santo Tomás, Summa Theol., II.II, q. 81, a. 8).







Nuestra Identidad Episcopal Antigua, Católica y Bíblica, nos permite optar, fieles a la palabra de Dios y al carisma que él mismo impregnó en cada uno de los llamados, a ser célibes o casados. El Reverendo Diácono Solís optó por vivir su sacerdocio junto a su esposa, once hijos y varios nietos, lo que representa una gran bendición de Dios y un testimonio de vida cristiana sólido que enriquece a nuestra denominación cristiana.



Como nos indica nuestra identidad iluminada por la la tradición de toda la Iglesia Católica Antigua en su reservorio del siglo XVI en el Libro de Oración Común: "Hazle, oh Señor, modesto y humilde, fuerte y constante, para observar la disciplina de Cristo. Que su vida y enseñanza reflejen tus mandamientos, de tal modo que a través de él muchos lleguen a conocerte y amarte. Y así como tu Hijo vino no para ser servido sino para servir, concede que este diácono comparta el servicio de Cristo, y llegue a la gloria inacabable de aquél, quien contigo y el Espíritu Santo vive y reina, un solo Dios, por los siglos de los siglos."







Celebración Eucarística







Es el aspecto ascético del camino de la perfección, que el presbítero no puede recorrer sin renuncias y sin luchas contra toda suerte de deseos y anhelos que le impulsarían a buscar los bienes de este mundo, poniendo en peligro su progreso interior. Se trata del combate espiritual, del que hablan los maestros de ascesis, y que debe librar todo seguidor de Cristo, pero de manera especial todo ministro de la obra de la cruz, llamado a reflejar en sí mismo la imagen de Aquel que es sacerdos et hostia.





Cuando el diácono reconoce que ha sido llamado a servir de instrumento de Cristo, siente la necesidad de vivir en íntima unión con él, para ser instrumento válido del Agente principal. Por eso, trata de reproducir en sí mismo la vida consagrada (sentimientos y virtudes) del único y eterno sacerdote, que le hace partícipe no sólo de su poder, sino también de su estado de oblación para realizar el plan divino. Sacerdos et hostia.







Padre todopoderoso, te damos gracias porque nos has nutrido con el santo alimento del Cuerpo y Sangre de tu Hijo, y nos unes, por medio de él, en la comunión de tu Santo Espíritu. Te damos gracias porque levantas entre nosotros siervos fieles para el ministerio de tu Palabra y Sacramentos. Te suplicamos que el Reverendo Diácono Solis Vidarte sea para nosotros un ejemplo eficaz en palabra y obra, en amor y paciencia, y en santidad de vida. Concede que, junto con él, te sirvamos ahora, y que siempre nos gocemos en tu gloria; por Jesucristo tu Hijo nuestro Señor, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y por siempre. Amén.

Arzobispo Juan Carlos Urquhart de Barros

Fotos: 

jueves, 1 de diciembre de 2016

Ordenación de la Diácona María Cristina Ruibal Pino.


El día sábado 26 de noviembre de 2016 en el Balneario de Salinas departamento de Canelones en el transcurso de la celebración Eucarística, fue ordenada como Diácona para la “Iglesia Católica Episcopal Antigua”  la Ministra Laica Lic. María Cristina Ruibal Pino.

La hermana servirá a esta parte de la Iglesia Una de Cristo en la Diócesis de Uruguay, a cargo del Arzobispo Juan Carlos Urquhart de Barros, Presidente de la Iglesia. La Reverenda desarrollará su pastoral en la comunidad "La buena Nueva" de la  ciudad de Montevideo.




Pablo sabía que el bautismo de Cristo había suprimido en principio la distinción entre libres y esclavos (Gálatas 3, 38) y dedujo, como lógica conclusión, que los esclavos debían ser liberados (1 Corintios 7, 21-23). Sin embargo, el sistema social de la época, lo llevó a aceptar la esclavitud como un mal necesario. De la misma forma, las ideas vigentes en su tiempo le imposibilitaron realizar en profundidad la igualdad en Cristo entre hombre y mujer, en la que creía firmemente (Gálatas 3, 28). En este contexto, es extraordinariamente significativo que ya en tiempos de Pablo, las mujeres ejercieran funciones de Ministerio en la Iglesia.


"Les recomiendo a Febe, nuestra hermana, diaconisa de la iglesia de Cencreas. Recibidla en el Señor de una manera digna de los santos, y asistidla en cualquier cosa que necesite de vosotros, pues ella ha sido protectora de muchos, incluso de mí mismo." (Romanos 16, 1-2 RVR 1960). La palabra diakonos aplicada a Febe no tiene realmente el sentido de una función ministerial precisa tal como la tendrá más tarde cuando se referirá a las mujeres. Aquí tiene el sentido de “servidora” habitual en el Nuevo Testamento. (cf. Efesios 6, 22).


"Saludad a Prisca y Aquila, colaboradores míos en Cristo Jesús."....."Saludad a María, que se ha afanado mucho por vosotros." De la misma forma "Saludad a Trifena y a Trifosa, que se han fatigado por el Señor. Saludad a la amada Pérside, que trabajó mucho en el Señor." (Romanos 16, 1-16 RVR 1960). Aquí, Pablo se refería con certeza a tareas apostólicas.


" Evodia y Síntique....que lucharon por el Evangelio a mi lado, lo mismo que Clemente y demás colaboradores míos." (Filipenses 4,2-3 RVR 1960). “Por el Evangelio” indica, sin duda, una participación en la tarea de la evangelización.



"La Iglesia Católica Episcopal Antigua" fiel a la Biblia, a la tradición apostólica y a la razón iluminada por el Espíritu Santo, enriquece continuamente a sus comunidades promocionando a aquellas vocaciones femeninas que han sido llamadas por el Padre para servir en la Iglesia Una de Cristo. En esta fecha, la comunidad del Uruguay fue bendecida con nuevos frutos, gracias al trabajo constante de sus fieles, amigos y seguidores.





Todo cristiano es llamado a seguir a Jesucristo, sirviendo a Dios el Padre, con el poder del Espíritu Santo. Dios te llama ahora a un ministerio especial de servicio directamente bajo tu obispo. En nombre de Jesucristo, sirve a todos, particularmente a los pobres, débiles, enfermos y solitarios.
Como diácona en la Iglesia, estudia las Sagradas Escrituras, buscando en ellas sustento, y forja tu vida de acuerdo con ellas. Da a conocer a Cristo y su amor redentor, por tu palabra y ejemplo, a aquéllos entre quienes tú vives, trabajas y adoras. Interpreta a la Iglesia las necesidades, preocupaciones y esperanzas del mundo.


Ayuda al obispo y a los presbíteros en el culto público y en la ministración de la Palabra de Dios y los Sacramentos, y desempeña otros deberes que se te asignen de vez en cuando. En todo momento, tu vida y enseñanza deberán mostrar al pueblo de Cristo que, sirviendo a los desvalidos, están sirviendo al mismo Cristo.









Recibe esta Biblia como señal de tu autoridad para proclamar la Palabra de Dios y para ayudar en la administración de sus santos Sacramentos.







Oh Dios, Padre de toda misericordia, te alabamos por habernos enviado a tu Hijo Jesucristo, quien tomó forma de siervo, y se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Te alabamos porque le has exaltado hasta lo sumo, y le has hecho Señor de todo; y porque por medio de él, sabemos que el que quiera ser grande debe ser siervo de todos. Te alabamos por los muchos ministerios en tu Iglesia, y por haber llamado a ésta tu sierva a la orden del diaconado.


Padre todopoderoso, te damos gracias porque levantas entre nosotros siervos fieles para el ministerio de tu Palabra y Sacramentos. Te suplicamos que la Diácona María Cristina  sea para nosotros un ejemplo eficaz en palabra y obra, en amor y paciencia, y en santidad de vida. Concede que, con ella, te sirvamos ahora, y que siempre nos gocemos en tu gloria; por Jesucristo tu Hijo nuestro Señor, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y por siempre. Amén.

Juan Carlos Urquhart de Barros
Arzobispo Católico Episcopal 

Fuentes:

Libro de Oración Común.
Biblia (Reina Valera Revisada 1960)